Por fin. La desconocida subía siempre en aquella parada.
“Amplia sonrisa, caderas anchas… una madre excelente para mis hijos”, pensó. La
saludó; ella respondió y retomó su lectura: culta, moderna.
Él se puso de mal humor: era muy conservador. ¿Por qué respondía
a su saludo? Ni siquiera lo conocía.
Dudó. Ella bajó.
Se sintió divorciado: “¿Y los niños, con quién van a
quedarse?”
Andrea Bocconi
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